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¿La Final más épica del tenis? Alcaraz-Sinner frente a McEnroe-Lendl, Federer y Nadal»

La Nueva Épica: ¿Ha nacido la final definitiva?

Cuando Carlos Alcaraz se desplomó sobre la arcilla de la Philippe-Chatrier, con el cuerpo cubierto de polvo de ladrillo y el rostro bañado en lágrimas de euforia, no solo estaba celebrando su primer Roland Garros. Estaba sellando el primer capítulo de una narrativa que promete definir la próxima década del tenis. La pregunta, inevitable y cargada de emoción, resuena en las gradas y en los foros de aficionados: ¿Acabamos de presenciar la final más épica e igualada de la historia?

La batalla de cuatro horas y diecinueve minutos entre Alcaraz y Jannik Sinner fue más que un partido; fue una declaración de intenciones. Con 21 y 22 años respectivamente, estos dos colosos nos ofrecieron un espectáculo que, por momentos, rozó lo sublime y, en otros, se hundió en el drama terrenal de la fatiga y los calambres. Fue una final imperfecta en su ejecución, pero precisamente por eso, perfecta en su épica.

La Explosión de Jóvenes Talentos

A diferencia de las finales que han cimentado el olimpo del tenis, esta no fue un duelo entre veteranos consagrados, sino la confirmación de dos herederos al trono. La tensión no residía en la culminación de una carrera, sino en el violento nacimiento de una rivalidad destinada a la grandeza.

El partido fue un microcosmos de sus estilos: la creatividad explosiva y anárquica de Alcaraz contra la precisión metronómica y devastadora de Sinner. Vimos al italiano dominar con una autoridad pasmosa, para luego sucumbir a la tensión física. Vimos a Alcaraz, con problemas en el muslo, reinventarse en la adversidad, sacando de su chistera golpes que desafían la lógica. El quinto set no fue una exhibición de tenis perfecto; fue una guerra de voluntades, un ejercicio de supervivencia donde la mente se impuso al cuerpo exhausto. Ese quiebre en el 2-1 del quinto set, con un Alcaraz renacido, fue el punto de inflexión que definió no solo un partido, sino quizás una era.

Duelos de Leyendas: El Espejo de la Historia

Para calibrar la magnitud de esta final, es obligatorio mirar por el retrovisor. Inmediatamente viene a la mente la final de Roland Garros de 1984 entre John McEnroe (25 años) e Ivan Lendl (24). Aquel duelo fue el choque de dos universos: el genio volátil de McEnroe contra la implacable disciplina de Lendl. McEnroe, en la cresta de la ola con una racha de 42 victorias, se adelantó dos sets a cero. Parecía un trámite. Pero la fortaleza mental de Lendl y el colapso nervioso de «Big Mac», que acabó discutiendo con un cámara, obraron la remontada. Fue una final definida por el drama psicológico, un punto de inflexión que negó a McEnroe su único Roland Garros y coronó a Lendl por primera vez.

Y cómo no hablar de la que muchos consideran la Capilla Sixtina del tenis: la final de Wimbledon 2008. Un Roger Federer (casi 27 años) en su jardín, buscando su sexto título consecutivo, contra un Rafael Nadal (22 años) que venía a conquistar el último bastión. Aquello fue una sinfonía de casi cinco horas de tenis de una calidad estratosférica, interrumpida por la lluvia y culminada en la penumbra del anochecer. Cada punto era una obra de arte. Fue la cumbre de la rivalidad más grande que este deporte ha conocido, un partido que trascendió el tenis para convertirse en leyenda cultural.

El Arte de la Remontada Imposible

La final de Alcaraz y Sinner no tuvo una remontada de dos sets en contra, pero la historia nos recuerda que ese hito añade una capa extra de heroicidad. Quizás el ejemplo más conmovedor sea la final de Roland Garros de 1999. Un Andre Agassi renacido de sus cenizas se enfrentaba al ucraniano Andrei Medvedev. Agassi, buscando el único Grand Slam que le faltaba para completar el «Career Grand Slam», se vio superado por los nervios y la presión, perdiendo los dos primeros sets por 1-6 y 2-6.

El partido parecía sentenciado, pero una oportuna interrupción por la lluvia le dio a Agassi el respiro que necesitaba. Volvió a la pista transformado. Con el apoyo de un público entregado, luchó cada punto como si fuera el último, desatando su tenis visceral y emocional para protagonizar una de las remontadas más memorables de la historia, ganando 6-4, 6-3 y 6-4. No fue solo una victoria; fue la redención de toda una carrera.

Un Trono, Muchas Leyendas

Entonces, ¿ocupa la final Alcaraz-Sinner el trono de la más grande? En mi opinión, todavía no. Carece del peso histórico acumulado de un Federer-Nadal o del crudo drama psicológico de un McEnroe-Lendl. La final de Wimbledon 2008 fue la culminación; la de París 1984, un cataclismo. La final de 2024, en cambio, es un prólogo.

Su grandeza no reside en lo que fue, sino en lo que promete ser. Fue la primera final de Grand Slam entre ellos, el primer acto de una obra que nos tendrá al borde del asiento durante años. No fue la mejor final de la historia, pero tiene todos los ingredientes para ser la fundacional de la era que ya está aquí. Fue el día en que dos príncipes lucharon a muerte por su primera corona en París, y nos dejaron con la certeza de que el futuro del tenis está en las manos más espectaculares posibles.

Y para usted, querido lector, ¿qué lugar ocupa esta final en el panteón del tenis? ¿Estamos presenciando el nacimiento de la mayor rivalidad de todos los tiempos? El debate está servido.