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¿Menospreció España antes a Zidane y ahora a Cristiano?

Es un guion recurrente en el fútbol: se menosprecia al veterano, se le considera en el ocaso de su carrera, y de repente, resurge para dictar sentencia. En 2006, la prensa y la afición española, embriagadas por el talento de una generación prometedora, miraban con cierto desdén a una Francia que parecía depender de la magia de un Zinedine Zidane de 33 años. «Zizou», como se le conocía, había anunciado su retirada tras el torneo y se especulaba sobre su estado físico y su capacidad para liderar. Sin embargo, en aquel octavos de final, Zidane orquestó una clase magistral de fútbol, sentenciando el partido con un gol en el descuento que fue un puñal en el corazón de la afición española. Demostró que el talento y la experiencia no tienen fecha de caducidad.

Casi dos décadas después, la historia se repitió con otro icono generacional: Cristiano Ronaldo. Con 40 años, su presencia en la final de la Liga de las Naciones de 2025 fue objeto de debate. Muchos analistas consideraban que su mejor época había pasado y que Portugal debería apoyarse en sangre más joven. Sin embargo, «CR7» desafió todas las expectativas, liderando a su selección con una actuación decisiva que culminó con un gol crucial en el tiempo reglamentario y una ejecución impecable en la tanda de penaltis, donde su Portugal se impuso a España. Ambos, Zidane y Cristiano, personificaron la resiliencia y la calidad atemporal que solo los grandes cracks poseen.

La Joven Promesa Española

En 2006, la selección española que se enfrentó a Francia era un equipo en plena ebullición. Luis Aragonés había comenzado a cimentar las bases de lo que sería la era dorada. Jugadores como un joven Sergio Ramos (20 años), un talentoso Cesc Fàbregas (19 años), o el propio Andrés Iniesta (22 años), ya despuntaban con un descaro y calidad que invitaban al optimismo. Eran la savia nueva que prometía un futuro brillante, aunque aún les faltaba ese punto de madurez y experiencia para competir contra la jerarquía de un equipo como el francés.

Saltamos a 2025, y la escena es asombrosamente similar. La España que llegó a la final de la Liga de las Naciones era una selección rebosante de juventud y un talento innegable. Nombres como Lamine Yamal (con 17 años en 2025, siendo una de las figuras más prometedoras), Pedri, Nico Willians, Curbasí representaban la vanguardia de un fútbol español que parecía tener el mundo a sus pies. La audacia y la calidad individual de estos jóvenes son incuestionables, pero, al igual que en 2006, la experiencia y el colmillo de un rival veterano terminaron por imponerse.

Impacto Mediático y Percepción Pública

La prensa deportiva, siempre amante de las narrativas grandilocuentes, jugó un papel fundamental en la construcción de las expectativas en ambos encuentros. En 2006, los titulares rezumaban optimismo y la sensación de que España era la favorita indiscutible. «España, a por Zidane» o «La hora de los jóvenes» eran los mensajes dominantes, anticipando una victoria española y el fin de una era para las estrellas francesas. La derrota fue, por tanto, un golpe de realidad brutal y el tono de la prensa pasó de la euforia a la decepción en cuestión de horas.

En 2025, el escenario fue un eco casi perfecto. Los medios clamaban por la consagración de una generación dorada, minimizando la amenaza de una Portugal con un Cristiano Ronaldo que muchos consideraban «acabado» o «demasiado viejo». «España, dueña de su destino» o «La juventud se come al mito» eran las proclamas que llenaban las portadas. La derrota, especialmente en penaltis, dejó un regusto amargo de incredulidad, demostrando que las previsiones, por muy lógicas que parezcan, no siempre se cumplen en el impredecible mundo del fútbol.

La Humildad como Lección

Ambas derrotas, la de 2006 y la de 2025, son un recordatorio perenne de una de las máximas más sabias del deporte: «no hay que vender la piel del oso antes de cazarlo». La subestimación del rival, ya sea por su edad, por su trayectoria o por la creencia en la propia superioridad, suele pasarse factura. El fútbol, en su esencia más pura, es una lección de humildad constante. Los resultados se ganan en el campo, no en los titulares ni en las expectativas. Francia con Zidane y Portugal con Cristiano demostraron que la sabiduría, la experiencia y la capacidad de rendimiento en los momentos clave pueden superar el ímpetu y el desparpajo de la juventud. Es una bofetada de realidad que, aunque dolorosa, es absolutamente necesaria para el crecimiento.


Prólogo de una Era Dorada (¿o no?)

La derrota ante Francia en 2006 no fue el final, sino el inicio. Aquel revés, esa lección de humildad impartida por Zidane y compañía, fue el catalizador que encendió la mecha de la era más gloriosa del fútbol español. Sirvió para que esa generación de futbolistas, liderada por Luis Aragonés y posteriormente por Vicente del Bosque, aprendiera de sus errores, madurara en la adversidad y comprendiera que el talento, sin trabajo, humildad y una mentalidad de acero, no es suficiente. El triplete Eurocopa-Mundial-Eurocopa entre 2008 y 2012 es la prueba fehaciente de que las derrotas, a veces, son el mejor prólogo para los grandes éxitos.

Ahora, la pregunta que flota en el aire es: ¿será la derrota de 2025 ante Portugal un espejo de 2006? ¿Servirá para que esta joven y talentosa generación española encuentre el camino hacia la madurez y la gloria? Hay razones para el optimismo. La calidad individual es innegable, y la experiencia de una final, por muy dolorosa que sea, es un aprendizaje invaluable. Sin embargo, hay factores que podrían diferenciar este resultado. El fútbol ha evolucionado, la competencia es feroz y la regularidad en la élite es un desafío constante. No basta solo con tener talento; la capacidad para gestionar la presión, la resiliencia ante los golpes y la visión de equipo son cruciales.


Conclusión Reflexiva

En el fútbol, como en la vida, la madurez no se alcanza solo con victorias, sino también a través de las derrotas. El ciclo de renovación es eterno, y cada generación tiene sus desafíos y sus momentos de aprendizaje. La resiliencia de la selección española, su capacidad para levantarse una y otra vez, es una de sus mayores fortalezas. Las derrotas de 2006 y 2025 son, en esencia, historias de superación. Son recordatorios de que el camino hacia la grandeza rara vez es lineal y que los tropiezos, si se gestionan con inteligencia y humildad, pueden ser los escalones que conducen a las cumbres más altas. El balón sigue rodando, y con cada revés, una nueva lección se escribe en el eterno libro de este deporte.

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